Después de contar el cuento de los tres cerditos, preparamos unas casas para luego soplarlas como hacía el lobo en el cuento.
Se rieron mucho cuando me veían soplar y soplar. Las carcajadas eran contagiosas.
¡VIVA LA SONRISA DE LOS NIÑOS Y VIVAN LOS CUENTOS!
No soy muy partidaria delos cuentos clásicos (me parecen que algunos no transmiten los valores con los que yo me siento identificada como docente), pero tengo que reconocer que es un legado de años y debemos también contarles los clásicos (caperucita roja, blancanieves, el patito feo, etc.) como a todos los niños y niñas del planeta.
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